En la ciudad de Madrid, en una esquina próxima a una iglesia, cerca de la Avenida de la Reina Victoria, pueden verse unas flores pegadas a un semáforo.
Paso con relativa frecuencia por allí, de forma que poco a poco comencé a fijarme en ellas.
Al principio pensé que no durarían, pero a lo largo de estos años me ha resultado llamativo el cuidado mostrado por la gente. En este rincón se han producido huelgas, piquetes, contenedores quemados, obras interminables... Pero en cualquiera de los casos - y salvo un reciente cambio del semáforo en cuestión - las flores han permanecido inalteradas.
Al verlas, a menudo he meditado sobre el respeto que sentimos los españoles por la fatalidad (llamémosla así). Pero lo que más da que pensar es la persona que, periódicamente, llega a ese sitio para fijar un pequeño ramo con cinta adhesiva.
Saber que tenemos a alguien que haría lo mismo por ti... tal vez sea un motivo para alegrarse. O para entristecerse, según se mire.